La inmigración en España desde la década de 1990 se ha venido convirtiendo en un fenómeno de gran importancia demográfica y económica. En enero de 2011, residían en el país casi 6,7 millones de personas nacidas fuera, de las cuales un millón habían adquirido la nacionalidad española.
España pasó en las últimas décadas de ser un país generador de emigración a ser receptor del flujo migratorio. El establecimiento de la democracia abrió una fase de relativo equilibrio en los saldos migratorios que se prolongó hasta mediados de los años 1990. Desde el año 2.000, España ha presentado una de las mayores tasas de inmigración del mundo (de tres a cuatro veces superior a la de EEUU y ocho veces más que la francesa) sólo superada por Chipre y Andorra. En la actualidad, sin embargo, su tasa de inmigración neta llega sólo al 0,99 % ocupando el número 15 dentro de la Unión Europea.
España es, además, el décimo país del planeta que más inmigrantes tiene en números absolutos. Según el censo de 2009, el 12 por ciento de los residentes en España era de nacionalidad extranjera. En 2011, la población de origen foráneo representaba el 14,1 % de la población total.
Durante la última década, el origen de las personas extranjeras en nuestro país se ha diversificado. En 1998, los procedentes de la UE eran el 41,3 por ciento del total, y en enero de 2011 suponían menos del 20 por ciento, y los más numerosos eran los rumanos, seguidos de marroquíes, ecuatorianos, británicos y colombianos.
Las zonas de mayor dinamismo económico de España son las que concentran más cantidad de extranjeros, como Madrid. En el caso de los inmigrantes comunitarios el clima es determinante, siendo Levante, Andalucía, Baleares y Canarias las más frecuentadas. Según el censo de 2009, la localidad española con mayor número de extranjeros es San Fulgencio (Alicante), donde el 77,58 por de sus 12.030 habitantes son extranjeros.
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